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miércoles, 21 de junio de 2017

MALABARES



Miró al cielo, evitando que la luz cegadora del mediodía le impidiera perder de vista a la pequeña pelota roja.
La gravedad y la habilidad adquirida en los pocos años de vida que llevaba en esta tierra, hizo que, con maestría y picardía su mano izquierda atrapara la pelota. Para lanzar justo después, la otra pelota verde.
Y así, con la mirada en el cielo y la mano abierta, se divertía. A veces, lo intentaba con cuatro pelotas e incluso, se atrevía a lanzarla por debajo de la pierna los días que sentía que dominaba la técnica.
En las mañanas más concurridas, se permitía dar un giro sobre su propio eje mientras las pelotas bailaban en el aire.
El calor no era impedimento, pues su mejor amigo le daba una botellita de agua a cambio de asistir su espectáculo. Entonces él, podía quedarse con las moneditas que ganaba.

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